Scania y yo

“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se rie…”, así comienza esta lírica y obra cumbre del poeta y Premio Nobel de Literatura en 1.956, el moguereño Juan Ramón Jiménez. “Platero y yo” es un libro de recuerdos de Moguer, de sensaciones, donde sus 138 capítulos dibujan penas y alegrías, anécdotas, vida y muerte, rico en recursos literarios donde nos refleja la amistad, el amor, los miedos y la enfermedad en la trayectoria de un burrito singular. No, no es un libro infantil. Ni es de lectura fácil. Se trata de la vida misma. Su fiel reflejo.

Con esta obra, orgullo andaluz, nos adentramos en la Comarca de la Tierra Llana, a orillas del rio Tinto, donde se enclava, a 20 kilómetros de Huelva, uno de los “lugares Colombinos”, Moguer.

Tierra de hombres que pasaron a la historia, como el propio Juan Ramón Jiménez, y de hombres que hacen historia, como quien hoy nos ocupa. Es de gran mérito y valor cultural infinito recibir premios como el Nobel, cuyo esplendor orgullece a Moguer en su plenitud, y también con acento moguereño, pero esta vez con brillo hacia el interior, hoy recibe tantas muestras de cariño y reconocimiento personal, Francisco Cordero Hernández.

Fue en 1949, corría el mes de Septiembre, cuando Don Ángel Cordero y Doña Carmen Hernández abren las puertas al mundo a Francisco. Ángel, su padre, era un hombre de negocios, ostentaba calderas y un taller de tonelería, donde pronto Francisco comenzó a trabajar. Eran siete hermanos. Ángel, Manolín, Francisco y Camilo los varones, y Carmen, Amparo y Encarnación, las mujeres.

El primer contacto con el mundo del transporte en el seno de la familia fue la adquisición de dos Pegaso Europa rígidos para trabajar con cisternas de asfalto. Un chófer contratado y su hermano Manolín, fueron los conductores. El negocio no funcionaba, no iba bien, no podían pagar y decidieron devolver los camiones. Don Sebastián Arroyo, director de Pegaso entonces, les echó una mano diciéndole que siguieran con los camiones y que lo pagaran como pudieran.

Francisco, antes de marcharse al Aaiún, Sahara Occidental, para hacer el servicio militar, sacó su carnet de conducir. Pronto nacieron los primeros kilómetros de Francisco Cordero Hernández al volante de un camión. Esos dos camiones Pegaso Europa, con el tiempo, fueron cambiados por Barreiros de tres y cuatro ejes, quitaron las cisternas y los carrozaron con cajas abiertas 2 para dedicarse al transporte de abono, carga general y el fruto rojo, las fresas.

Aún estando en el taller de tonelería, repartiendo gaseosa y cervezas Cruzcampo, al volante de un Ebro, Francisco conocería a quien hoy es su esposa, Manuela Márquez Moreno. Ella vivía en Palos. Hasta tres veces al día recorría Francisco la distancia que separan Moguer de Palos. Él quería verla a ella. Surgió el amor y en 1.975, bajo el tórrido sol de agosto, Francisco y Manoli deciden casarse. Iba a ser en Palos coincidiendo con el día de la Romería. Pero, precisamente por tratarse de una jornada festiva, el cura se niega a casarlos. Ante el caos, deciden marchar a Huelva donde el cura Don Serafín, tío de Francisco, oficia el sacramento. “Me ha salido buena”, dice Francisco hablando de su señora mientras sus ojos se cubren de lágrimas y su mirada de luz y es que, en este caso no hay dudas, “detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer”. Manoli ha sido y es su baluarte sentimental, esposa y compañera, trabajadora, cómplice, fiel y de esfuerzo denodado, impulsora del negocio y abnegada a él, a sus trabajadores y al durísimo trabajo del campo. “No sé cómo decirle que pare ya”, dice Francisco. Día y noche, sol y luna, en cualquier situación, ´trabajo, trabajo y trabajo, “así hasta veintiocho años sin faltar”, dice emocionado Francisco.

El tiempo transcurre y el trabajo va en aumento, junto a su hermano Manolín son 24 las horas que trabajan al día. Se constituyen como “Transportes Hermanos Cordero” y juntos recorren kilómetros y kilómetros de ilusión, esfuerzo y trabajo. Compran otro Barreiros y contratan a su primer chófer, Pablo, de Zalamea, “un hombre bueno y honrado”, dice Francisco.

Ya asoman los años 80 y Francisco Cordero, junto a Manolín, iban a tener su primer camión Scania. Se trataba del primer contacto de lo que luego sería un idilio que aún perdura. Francisco lo recuerda con entusiasmo. Se lo vendería Anducania, primer Concesionario Scania en Sevilla, aprovechando el evento de presentación del propio Concesionario. El acto tuvo lugar en el Hotel Los Lebreros de la ciudad de Sevilla y uno de los socios, el Sr Naranjo, le hace el pedido y firma treinta y seis letras de 100.000 pesetas cada una. En la operación, Hermanos Cordero entregaría un Barreiros.

Ese Scania 142, motor V8 sin intercooler, 388 CV, color azul del nuevo cielo que se les abría y tres franjas, roja como la fresa que transportaban, naranja de nuevos atardeceres y amarilla de hectáreas de campo ávidas de luz. El número de matrícula H-4894-F quedó grabado en el alma de transportista de Hermanos Cordero. Fue la semilla de un crecimiento de vértigo, el contacto con una tecnología novedosa, del poder brutal de 8 cilindros y de la confirmación de la calidad, robustez, rentabilidad y actitud de este soberbio camión a través de las exigentes carreteras de nuestro país. “Eso era un avión”, recuerda entusiasmado y con añoranza Francisco. Todos los días a las 3 o 4 de la mañana había que llevar fresas, en cajas y bajo toldos, a 3 Mercamadrid. “Este Scania me dio la vida – recuerda Francisco mientras su mirada se pierde en el recuerdo y en la emoción- “Disfruté con él haciéndole más de dos millones de kilómetros. Fue quien levantó el negocio. Oir ese motor, era otro mundo”. Dice Francisco que “compró el Scania de oídas”. Su única relación aquel entonces con la marca Scania era un 141 de un señor de Peñafiel que periódicamente cargaba en Celulosa, “La gente se paraba a verlo y me llamó la atención su presencia. Me gustó”, recuerda Francisco.

Era tal la satisfacción y el resultado obtenido de su primera experiencia con Scania que pronto, ya CICA se cimentaba, a través de Juan Antonio López Olmo y Juan Suárez Salas, Hermanos Cordero adquiere su segundo camión Scania. Sería otro 142 con motor V8, ya con intercooler, y 404 CV. No se conocía en el mercado esta maravillosa combinación de fuerza y poder.

Hermanos Cordero se convierte en un estandarte de Scania y en un amante del motor V8 desde aquella cita en el Hotel Los Lebreros donde selló su amor con la marca sueca hasta la actualidad. “Soy más antiguo con Scania que CICA”, sonríe Francisco a la vez que le inunda la añoranza.

Pero la vida también tiene curvas cerradas y duros puertos de montaña y Francisco Cordero Hernández sintió y sufrió la sacudida de la crisis. Lo pasó mal. Se hace el silencio y la mirada se eleva. Cierra los ojos. Hay que tragar saliva y no olvidar el amargor de una situación difícil y complicada, momentos de apretar puños y agradecer, cuando se vuelven a humedecer sus retinas, a quien le tendió una mano. Mención especial para sus suegros Juan y Mercedes que siempre estuvieron ahí, arrimando el hombro, junto a él, dando ese siempre difícil paso hacia delante, con sus manos generosas abiertas y el corazón de par en par. Con ellos, como buena “Currá”, Manoli, fiel e incondicional a sus mayores, a su sangre y a su marido Francisco. Manos que le sirvieron de impulso para superar la aridez del desierto de ese feroz panorama y volver con más fuerza, con renovadas ilusiones, con entusiasmo y con el coraje y la pasión que otorga lo que tanto le gustó y tanto significó. Ángel, Virginia, Mercedes y Paco, sus hijos, son los que han recogido el mejor fruto, y no nos referimos a la fresa, sino el fruto de la superación y el coraje de sus padres, Francisco iba y venía al volante de su Scania y Manoli, antes que el sol, siempre a primera hora, ya pisaba el campo a la espera de que el porche de su Finca Las Malvinas le regale su sombra en el ocaso de cada día.

Actualmente Transportes Francisco Cordero e Hijos SL cuenta con 37 cabezas tractoras, de las cuales 34 son Scania, y 37 semirremolques, conjuntos que recorren y, con puntualidad y precisión sueca, surten de fresas, frambuesas y arándanos a toda Europa convirtiéndose en un referente en el sector del transporte a nivel regional, nacional e internacional.

“Pronto cumpliré 70 años”, época de recuerdos y nostalgia, de mirar atrás pisando el presente y soñando el futuro, de recorrer Moguer junto a Manoli en 4 su Scania de la vida. “Te llevaré Moguer a todos los lugares y a todos los tiempos, serás por mí, pobre pueblo mío, a despecho de los logreros, inmortal”, así lo dijo Juan Ramón Jiménez y así lo vive Francisco Cordero Hernández. Es momento de recorrer Moguer y su memoria, desde el puerto donde la carabela La Niña se hizo nave e historia hasta el Convento de Santa Clara donde Cristóbal Colón juró y los Reyes Católicos aceptaron el reto de una fantasía de unir dos mundos, caminar por la Fortaleza, pasear por sus plazas, la de Portocarreros, la de las Monjas, la del Cabildo y la del Marqués. Calles, plazas y rincones donde brotan, como si de un campo de fresas se tratara, recuerdos de aquel Ebro cuyo único destino era Palos para ver a Manoli, Francisco siente un guiño del corazón para su hermano mayor Ángel, nostalgia de Manolín, armonía y sentimiento hacía Carmen, Amparo y Encarnación y añoranza sentida y bohemia de alguien distinto, especial, que ha dejado dibujado con el arte que él tenía, un recuerdo imborrable en el alma iluminada de Francisco. Su hermano pequeño Camilo. Calle Castillo y calle Ribera de armoniosos paseos por Moguer hasta llegar a la Plaza Nuestra Señora de Montemayor, nombre de la Patrona que encumbra la ermita, donde la Torre de Moguer, de cerca, parece una Giralda vista desde lejos. Comer en El Lobito, La Yunta o La Remonta comidas “no tan raras como las de Suecia”, recuerda Francisco, donde en una ocasión se levantó y comentó que el primer plato le había parecido demasiado dulce. Se ríe y con su habitual simpatía apostilla, “había empezado por el postre”.

Francisco Cordero Hernández es un referente en el sector del transporte. Muchas distancias recorridas, horas de sueño y sacrificio constante. Se emociona y empapa de lágrimas recuerdos del pasado. Hoy se siente orgulloso, no es para menos, y con serenidad dice, “empecé con un Ebro y hoy están trabajando conmigo más de 150 familias”. Una vida entre el asfalto y el calor del campo, kilómetros recorridos y horas de sol y rocío de amaneceres, frutas, fresas rojas para endulzar el paladar de media Europa llevados al galope de un camión cuyo motor él define como de “otro mundo”. Y es que Scania ha sido y es su fiel compañero de viaje, el que nunca le fallaba, su confidente de noche y amigo de día, pañuelo de sus pesadillas y compañero de alegrías, su mejor socio y la mejor apuesta para la rentabilidad de su negocio. “Más antiguo en Scania que CICA”, se refiere esta vez con altivez y su singular simpatía Francisco Cordero Hernández cuando piensa en Scania.

Dos mundos, dos pasiones, dos fuerzas que se unieron hace más de 40 años, donde uno presume y se siente orgulloso del otro. Por una parte, Francisco Cordero Hernández por su fidelidad y compromiso con Scania y por otra, una marca como Scania por haber sido y ser el motor de una trayectoria ejemplar de un auténtico y verdadero transportista de leyenda.

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